Los adictos a las redes sociales, sus parejas y sus familias, que poco o nada los disfrutan.  Quienes buscan en Facebook el reconocimiento social que no pueden alcanzar en su vida laboral, familiar y profesional. Esos seres que requieren un “me gusta” allí para que su día termine plenamente. ¡Nada alimenta mejor su egolatría!

Los padres sin hijos, arrinconados en sus hogares o en sus vidas, ajenados y olvidados. No habrá tanto tiempo para ellos como para esos mejores amigos que con celo nos buscan a cualquier hora del día o de la noche para que nos ocupemos en resolverles sus problemas e insatisfacciones. Para que seamos celosos guardianes de nuestras confidencias, nunca más seguros con ellos que en el corazón y el alma de nuestros padres. Cualquiera “vende” esos secretos en el público bazar de aquellas redes, con fotos incluidas, y pone en evidencia nuestra “sagrada” reputación, si es que aun la conservamos.

Los hijos sin padres, sonámbulos y noctámbulos frente al móvil, mientras aquellos reclaman más tiempo para el tetero tibio, el cuento, la historia, el abrazo y el beso o la tarea encomendada, desde la cultura del hogar o de la escuela. Madres y padres embebidos en sus mini pantallas, resolviendo sus conflictos afectivos, buscando afuera lo que perdieron dentro y huyendo de lo que dentro terminó siendo una terrible pesadilla sin fin. Algo o alguien llegó por los caminos virtuales para quedarse en los gifs y los emoticones. Las palabras, los gestos y los afectos físicos, in situ y en tiempo real, dejaron de ser el alma de las relaciones interpersonales. Que no se construyen, nutren y valoran como se debiera.

Los educadores, suplantados por los nuevos saberes que los grandes buscadores de la red ponen a su disposición, por San Google y su competencia, empeñados en hacerse ver como los nuevos gurú de esta modernidad líquida en la que no tener acceso a la red es la más aterradora de todas las pobrezas. La más visible de nuestras miserias.

Las instituciones educativas, silentes muchas veces por el ensimismamiento en el que se sumen los jóvenes, ocupados en sus móviles, digitando con presteza mensajes que les llegan de aquí y de allá para no perderse en las “conversaciones” o “colgando” el selfie ideal con el que pretender ganarse el reconocimiento de sus cientos de seguidores. En nada se parecen la realidad y el aparente mundo del que quieren darnos cuenta

Las palabras, los gestos y los afectos físicos, in situ y en tiempo real, dejaron de ser el alma de las relaciones interpersonales. Que no se construyen, nutren y valoran como se debiera.

Nada que ver con el uso académico y pedagógico de las redes. Les es muy suficiente cuánto saben. Y ningún texto, ni científico ni literario, llenará sus ya colmadas expectativas, porque sus angustias y frustraciones han tomado por asalto sus inasibles intereses y motivaciones.

Ni académicos ni intelectuales estarán tampoco en la mira de sus predilecciones. No encuentran en ellos la talla que sí descubrieron en el etéreo universo de la web. ¡Su más seguro patrimonio! No hay tiempo para nada distinto a estar en “línea”, que es como estar vivo, estar vigente.

Por los amorosos que ni leen ni escriben versos de amor porque ya otros los escribieron por ellos, con más pasión y devoción, pero con menos recursos y oportunidades. De ellos se lucran aunque no les nazca, aunque no los entiendan ni los sientan ni los vivan, pero los usan, como imagen, porque como texto les cuesta asimilarlo. Abrazos, besos, flores y esquelas románticas hacen parte de los museos prehistóricos de nuestras querencias.

También por quienes permitimos que otros administren nuestro tiempo y nuestras emociones y nos dejamos arrebatar al derecho a gustar de los buenos libros y las más amenas conversaciones para ocuparnos de las sandeces y naderías ajenas. Esas que ni siquiera nos importan pero que se convierten en el “aliento vital” de nuestras interacciones.

Las horas de descanso nocturno perdidas, con sus muchos sueños y serenas interiorizaciones merecen un réquiem. Ese tiempo que mal invertimos no regresará nunca. Y solo entenderemos cuán mal utilizado fue cuando flaqueen el espíritu, el ánimo y la voluntad de nuestros hijos y allegados. Entonces será… demasiado tarde.

 

joseRector. José B. Vélez Villa